Si algo ha tenido que escuchar con demasiada frecuencia Sergio García en los últimos años –e incluso lustros- es aquello de que era el mejor jugador del mundo sin un grande en sus vitrinas. “Sí, es un jugador magnífico, pero aún no tiene un Masters o un British”, decían. Desde la madrugada del 9 al 10 de abril, este argumento es pasado.
Sergio García es a sus 37 años y siempre ha sido para jugadores, técnicos, prensa especializada y aficionados un golfista singular, dotado de una técnica y de un talento extraordinarios para el golf. Dicho de otra forma, es un genio, más allá de que una inoportuna corbata en el 18 de Carnoustie le pudiese privar de un British. Con o sin grande, es un genio.
Sí, porque solo un genio es capaz de permanecer tantos años en la cima del golf mundial, de jugar siete Ryder Cup –cinco de ellas, con triunfo- con record de victorias, de ganar nueve veces en el PGA Tour y otras doce en el European Tour, de vencer en The Players, el famoso quinto grande,… su currículo es sencillamente espectacular, al alcance de los mejores golfistas del mundo.
Cincelado por las manos de su padre, Víctor, Sergio se define como “un jugador de sensaciones” más que un hijo de la tecnología, tan presente en los últimos tiempos en la enseñanza de golf. “Los que empiezan ahora están mejor preparados que cuando yo empecé, son más atletas pero es el cambio lógico que ha ido pidiendo este deporte.
“El talento… lo tienen contados. No creo que volvamos a ver la habilidad y las manos de Seve. La tecnología ha dado un poquito de ventaja a los que no tienen tanto talento”, explicaba en su vuelta al Open de España en 2013.
Siguiendo su instinto y con su forma de trabajar ha ganado en Estados Unidos, en Asia y en Europa. Sergio García tiene su forma de hacer las cosas y de vivir. Amante del fútbol, del Real Madrid y del Borriol, siempre se ha dejado guiar por lo que le decía su olfato. A la vista está que la senda era la correcta. Lo dicho, más allá de ‘grandes’.
Ganador desde pequeño
Sergio García se hizo profesional en 1999, año en el que ya dejó ver en el PGA Championship que el golf mundial había descubierto un diamante. Pero antes de llegar a este punto, su carrera ya era tremendamente exitosa. Como amateur había ganado el British Boys (1997) o el British Amateur (1998), dos de los torneos más prestigiosos a nivel continental.
En los links británicos, y obviamente en España, ya se hablaba de ese chaval que tenía descaro, golf y talento para plantar cara al Tigre, a Tiger Woods, que amenazaba con arrasarlo todo. Fue campeón de Europa Individual (1995) y por conjuntos con los Equipos Nacionales (1997), y cuando lo había ganado prácticamente todo como amateur, dio el gran salto.
“Ganar un grande no es cuestión de vida o muerte”
Ya como profesional, se convirtió rápidamente en una referencia, tanto en Estados Unidos como en Europa. Los títulos fueron cayendo poco a poco: Abierto de Irlanda (1999), Masters de Alemania (1999), Colonial Invitational (2001), Westchester Classic (2001), Mercedes Championships (2002),… pero el ‘major’ no llegaba.
Se le escapó en ese dramático final del British 2007 ante Padraig Harrington, y también muy cerca estuvo en una cuantas ocasiones. Hasta este momento había hecho tres Top 10 en Augusta, cinco en el US Open, diez en el British y cuatro en el PGA Championship. Unos números impactantes.
Sergio siempre trató de quitar dramatismo al famoso tema del ‘grande’. “No me pongo metas; en todos los torneos intento jugar lo mejor que puedo y, obviamente, quedar el primero. Mi objetivo es seguir divirtiéndome con lo que hago y mejorando en todo. En los grandes intento darme las máximas posibilidades de ganar pero no es cuestión de vida o muerte. Espero que llegue un grande pero mi vida no depende de ello”, decía en 2013.
Y en esas llegó 2017. Cuando arreciaba con mayor fuerza el fenómeno Jon Rahm, Sergio García aprovechó este periodo de calma vital y deportiva para jugar sus bazas como nunca lo había hecho, y de un plumazo desterrar esos viejos fantasmas. Aunque no hay que olvidar que siempre ha sido con genio, con grande o sin él.