Todo proceso histórico pasa por distintas fases, el equivalente a la tríada «planteamiento, nudo y desenlace» de la dramaturgia, acompañados de los rituales de transición que las vertebran. Al hablar del desarrollo del golf español femenino es obligado acordarse de Elvira Larrazábal y de las que abrieron camino, de Marta Figueras-Dotti como primera gran estrella que brilló en ambas orillas del Atlántico, de la excelencia de tantas golfistas de nuestro país en competiciones amateurs individuales y por equipos, de jugadoras como Tania Abitbol, Xonia Wunsch, Amaia y Marina Arruti, ganadoras todas ellas de títulos internacionales…
Pero la madurez del golf femenino en España llega de la mano de una competición señera, la Solheim Cup, creada en 1990 de la mano del LPGA Tour y el Ladies European Tour y respaldada por Karsten Solheim.
Reivindicación del golf profesional femenino español
La reivindicación del golf profesional femenino español en el plano internacional llegó de la mano de dos figuras históricas, Raquel Carriedo y Paula Martí, las primeras españolas que se clasificaron para una Solheim Cup por méritos propios después de brillar en el Ladies European Tour.
Igual que la llegada de los españoles marcó un punto de inflexión en la Ryder Cup, diez años después del nacimiento de la Solheim Cup, en el año 2000, se producía un cambio de tendencia en la competición y una española fue protagonista de aquella edición disputada en Loch Lomond, Escocia.
Europa había acumulado cuatro derrotas en las cinco primeras ediciones y la capitana, la local Dale Reid, introdujo varios cambios: a las clasificadas por méritos (las inglesas Trish Johnson, Laura Davies y Alison Nicholas, la francesa Patricia Meunier-Lebouc, la española Raquel Carriedo y las suecas Annika Sorenstam y Sophie Gustafson), Reid sumó cuatro suecas más y a su compatriota Janice Moody. Y las modificaciones surtieron efecto.
“Recuerdo que me clasifiqué para la primera Solheim sin haber ganado todavía ningún torneo. Había quedado muchas veces segunda, pero no tenía ninguna victoria en mi poder y me sentía rara con respecto a las demás”, rememora Raquel Carriedo.
“Siempre piensas que es complicado ganar al equipo estadounidense, pero Dale Reid nos transmitía fuerza y confianza en todo momento, y que podíamos conseguirlo luchando golpe a golpe y hasta el final. Estuvo muy pendiente de las novatas, de las que participábamos por primera vez, que se nos veía más nerviosas y más fuera de lugar. Laura Davies, igual. Estuvo en todo momento pendiente de mí, muy cariñosa, y eso me tranquilizó muchísimo. Se portaron muy bien, como si fueran nuestras propias madres… primero por edad y, segundo, por experiencia”.
Raquel Carriedo jugaba el primer partido de una española en la Solheim Cup el segundo día, en la jornada de fourballs, con Laura Davies de pareja y frente a Meg Mallon y Beth Daniel. La zaragozana sumaba su primer empate, el primer medio punto logrado por una jugadora de nuestro país en esta competición y, pese a la dureza de las condiciones y a caer en los individuales, disfrutó de la victoria del equipo europeo, la segunda en la historia de la Solheim Cup.
“Recuerdo que acabé agotada porque fue durísimo por el frío y la lluvia. Se me quedó grabado el cansancio físico y mental, pero salí muy reforzada como jugadora. Gracias a la experiencia de la Solheim se aprende muchísimo y se adquieren muchas tablas. Te ayuda a competir y a desenvolverte mejor en torneos donde sientes más presión”, recuerda la zaragozana.
Aquella victoria también fue la primera de Annika Sorenstam, la sueca que a esas alturas ya contaba con tres majors en su haber y que había sido la mejor jugadora del LPGA Tour tres años. Sin duda, un hito en su laureada carrera.
Paula Martí entra en acción
La igualdad entre ambos conjuntos se mantuvo en las ediciones siguientes y, con Dale Reid aún al mando, Europa llegó al Interlachen Country Club en 2002 con novedades como Iben Tinning, Karine Icher, Maria Hjorth, Suzann Pettersen o Paula Martí, que acompañaban a una Raquel Carriedo que repetía en el equipo después de brillar en la temporada 2001 (en la que ganó la orden de mérito) y lograr varios triunfos en el LET, y rozar incluso la victoria en el U.S. Women’s Open de 2002.
“La Solheim Cup significó un gran salto cualitativo en mi juego y en mi carrera, un antes y un después. En la siguiente Solheim, en la que ya tenía más experiencia y victorias en mi poder, jugué de otra manera, menos apocada y con más confianza y libertad. Me consideraba capaz de ganar a cualquiera”, recuerda Carriedo, que refulgió en los fourballs del segundo día, donde hizo pareja con Karine Icher y se enfrentó a una pareja de campanillas, Cristie Kerr y Rosie Jones.
“Ese partido lo recordaré siempre porque yo creo que fue el mejor partido que he jugado en mi vida. Se me acercó Cristie Kerr en mitad de la vuelta y me dijo «ya podemos hacer malabarismos que hoy no os vamos a ganar». Es de esos días que tienes magia en las manos y la metes desde cualquier lado…”.
Por su parte, Paula Martí se estrenaba en la competición de la mejor manera posible, con victoria el primer día de foursomes junto a Laura Davies contra otras rivales temibles, Juli Inkster y Laura Díaz, y se convertía en la primera española que conseguía una victoria en un partido de Solheim Cup. Campanada nada más llegar.
“Jugar en América es diferente por la influencia del público, pero fue una experiencia brutal formar parte de ese equipo. Además, recuerdo que la capitana me dijo: «Hay dos jugadoras que quieren jugar contigo: Annika y Laura Davies», con lo que menudo lujo… Y yo le respondí: «Como soy rookie, ponme con quien quieras que me llevo bien con todas». Me puso con Laura Davies e hicimos una gran pareja. De hecho, me llevo genial con ella a raíz de aquello”, explica Martí.
“Acabamos con eagle. Laura pegó un drive inhumano en el 18 y yo pegué una madera 3 que dejé a un metro. Acabamos el partido y Laura me dijo bromeando: «Oye, me has quitado todo el protagonismo. Lo has hecho todo tú», siempre con su ironía por delante”, recuerda la española. “Las jugadoras que hemos jugado un poquito bien, cuanto más público tienes y más presión, nos motivamos mucho más y nos crecemos. Te vuelves mejor en esos momentos y te apoyas en tu compañera, y Laura fue un gran apoyo. Jugué todos los matches con ella de pareja, aunque luego perdí el individual contra Laura Díaz. Creo que las europeas siempre hemos jugado muy bien en equipo, pero en la parte individual nos machacaban… aunque esa historia ha cambiado.”
En efecto, en aquella edición las estadounidenses hicieron valer su superioridad en los individuales para adjudicarse el triunfo, pero la igualdad siguió siendo la tónica dominante y, en la siguiente edición disputada en Suecia en 2003, Europa volvía a imponerse. Pero no nos adelantemos…
Gran repercusión mediática por primera vez
Otro aspecto que ha variado es el impacto de la Solheim Cup en el ámbito mediático. Solo han pasado un par de décadas desde aquellas ediciones, pero Martí y Carriedo notan el cambio. Su presencia en el equipo europeo tuvo una repercusión importante, pero en absoluto comparable al seguimiento actual.
“Aunque el golf femenino no se seguía demasiado en aquel momento, sí tuve la sensación de que estábamos haciendo algo importante y que se estaban abriendo puertas, ya que la noticia tuvo repercusión. Conservo muchos recortes de aquel entonces, me mandó un telegrama el presidente Aznar y luego me llamó para jugar… Aunque no puede compararse al impacto que tiene la Solheim Cup ahora en las televisiones, empezaban a caer algunas barreras”, hace memoria Carriedo.
“En la época pasábamos más desapercibidas. El masculino ya tenía la referencia de la Ryder que se había jugado en España, y a jugadores como Seve, Olazábal, Miguel Ángel Jiménez… pero de nosotras costaba más hablar. Esto ha cambiado muchísimo, con las redes sociales y las pedazo de jugadoras que tenemos ahora, como Carlota y Azahara, que están haciendo mucho bien al golf femenino español”, repasa Martí, que después de jugar en Interlachen y quedarse a las puertas de entrar en el equipo en 2003, fue ayudante a las órdenes de Annika Sorenstam y Catriona Matthew en las ediciones de 2017 y 2019.
Ambas españolas coinciden acerca de lo que más llevan a flor de piel de su paso por la Solheim Cup. “Lo mejor de la Solheim Cup son las amistades que salen de allí. Europa es un continente, no un país, y para las americanas debería ser más sencillo conseguirlo. Sin embargo, las europeas conseguimos forjar un gran espíritu de equipo. También tengo que acordarme de las tablas que te da esta competición y la experiencia que adquieres, que ya te sirven para siempre”, recapitula Raquel Carriedo.
“El golf es tan individual, estamos tan solas cuando competimos y viajamos por el mundo, que el hecho de apoyarte en otras, de compartir cenas, de estar todas juntas, recuerda a la época de amateur, cuando compartíamos equipos”, coincide Paula Martí.
Tanto Carriedo como Martí también coinciden en la importancia que va a tener la Solheim Cup 2023 para el golf femenino español. Más de dos décadas después de que ellas abrieran la puerta, las nuevas generaciones de golfistas españolas, lideradas por las “veteranas” Carlota Ciganda y Azahara Muñoz, buscarán su hueco en la historia en Finca Cortesín.
“Ahora que hemos conseguido la Solheim Cup, tenemos que hacer ruido. Tenemos que lograr que las chicas tengan la fama y el reconocimiento que merecen. Esperemos que estén las dos que ya forman parte del equipo, Carlota y Azahara y que se incorpore alguna de las más jóvenes”.
Las más jóvenes harían bien en echar la vista atrás y recordar la historia de Raquel Carriedo y Paula Martí, golfistas de brillantísima trayectoria que llevaron por primera vez la bandera española a la competición femenina por equipos más importante del mundo. En 2023, en Finca Cortesín (Costa del Sol, Andalucía), las nuevas generaciones de jugadoras españolas tienen la mejor ocasión para brindarles un homenaje que sin duda merecen.
Por Óscar Díaz
Patrocinadores