Se fue hasta Carnoustie, en Escocia, en la antesala misma de una nueva edición de un Open Británico que él mismo contribuyó en su día a engrandecer, para decir adiós, para proclamar a su ingente cantidad de seguidores que se retiraba de la práctica activa del golf en julio de 2007.
Severiano Ballesteros, el mejor golfista español de todos los tiempos y uno de los verdaderamente grandes de la historia del golf mundial, reconoció que el amargo día había llegado porque había dejado de sentir verdadero deseo por ese golf que tanto le había dado y por el que tanto había trabajado para devolverle todo lo posible de lo recibido a lo largo de tres décadas de gloria.
De la misma forma que ocurrió en su día con los grandes personajes que han destacado en la historia por su contribución a sus respectivas disciplinas, la carrera de Severiano Ballesteros tendrá que ser analizada con cierta perspectiva temporal para que su figura se adhiera como merece de la leyenda que forjó con talento y esfuerzo durante más de 30 años.
No en vano, su legado ya se deja sentir: el golf español ya no es el mismo que antes; la Ryder Cup ya no será la misma y el Circuito Europeo, aunque hacía ya tiempo que no participaba, tampoco.
La enorme figura del chico de Pedreña cambió el golf para siempre, y ahora nuestro deporte tendrá que someterse al cambio que supone dejar de verle en los greenes. El campo escocés de Carnoustie y el 16 de julio de 2007 fueron el lugar y el día elegidos por nuestro gran Severiano Ballesteros para pronunciar las dos palabras que millones de aficionados del mundo entero hubiesen deseado no escuchar jamás: “Lo dejo”.
Aquel chico de Pedreña
Siguiendo el ejemplo de muchos mitos, la historia de Seve se corresponde milimétricamente con la de un luchador, una persona que escaló las más altas cotas desde un entorno humilde. En su caso, su sueño dio comienzo en la pequeña localidad cántabra de Pedreña, donde en 1928 se inauguró un campo de golf que cambiaría la concepción de este deporte, tanto en su juego como en su dimensión social.
Aquel caddie que empezó a dar bolas en las interminables playas de la cornisa cantábrica, se enamoró de los palos en cuanto pisó los greenes de Pedreña. Tan fuerte fue ese flechazo, que el adolescente Seve burlaba por las noches la resistencia de las verjas para poder jugar unos hoyos sin más compañía que la Luna.
Bien sea por las dificultades de jugar en la arena, por pegarle a la bola sin apenas luz para seguir su trayectoria o –como tantos mantienen– por su extraordinaria capacidad innata, en el chico de Pedreña creció un talento superior y excelso que provocaría muy pronto las reacciones más extremas entre los aficionados, ansiosos siempre por ver cómo aquellos golpes imposibles para otros se convertían en éxito en manos de Severiano.
No en vano, cualquier actuación de Ballesteros, en cualquier campo de golf del mundo, ha sido siempre seguida por una auténtica legión de aficionados ávidos de contemplar esa concepción distinta del golf, alejada de la ortodoxia pero caracterizada por su extraordinaria belleza y espectacularidad.
Pasados los años, un ex jugador de la talla de Ben Crenshaw plasmó de una forma elocuente el genio del cántabro: “es capaz de ejecutar golpes que yo no puedo siquiera visualizar en mis sueños”.
Genio y talento unidos a un carisma arrollador
Ese don –un carisma arrollador que quedaba patente cada vez que embocaba un putt imposible y levantaba el puño con rabia–, fue el principal culpable de que un adolescente Seve consiguiese llegar a profesional sin apenas ayudas. Fue el 22 de marzo de 1974 –¡sin haber apagado siquiera 17 velas en su tarta de cumpleaños!– cuando dio el paso definitivo.
Su cortísima edad no fue un impedimento para que ocupase las primeras plazas desde su desembarco en el mundo ‘pro’, consiguiendo su primera victoria en el Campeonato de España Sub-25. El destino le hizo un guiño y le permitió estrenarse en Pedreña para dar comienzo a una progresión fulgurante. No en vano, ese mismo año, se saldó con otro triunfo en el Open de Vizcaya y un segundo puesto en el Open de Santander.
1976, el año clave
La estrella de Severiano Ballesteros empezó a lucir en 1976, el año en el que aquel jugador desconocido de nombre impronunciable para los anglosajones se entrometió entre los grandes para quedarse a un peldaño de ganar todo un Open Británico –quienes estuvieron en Royal Birkdale nunca olvidarán aquel chip que hizo rodar entre dos bunkers para dejar la bola a un palmo de la bandera y lograr un birdie en el último hoyo– y el año en el que venció con España la Copa del Mundo por Equipos en California.
Entre medias de ambos logros se impuso en el Open de Holanda y remontó cuatro golpes a un tal Arnold Palmer en los 9 hoyos finales para levantar el Trofeo Lancôme. Dos años después, con sólo 20, ya había ganado en los cinco continentes, pero le faltaba esa gran victoria, ese ‘major’ que le consagrase ante los ojos de una España que apenas conocía el golf y de una afición internacional que seguía cada uno de sus golpes como si del último se tratase.
Tanta magia en cada hierro merecía mayor premio. Éste llegó en 1979, cuando ganó su primer Open Británico, convirtiéndose así en el ganador más joven del siglo XX de tan rimbombante y exclusiva competición. A partir de ese momento los ‘grandes’ fueron cayendo por el propio peso de una lógica que cruzó el charco para desembarcar en Estados Unidos.
El Masters de Augusta, el ‘major’ que sólo había conseguido ganar un jugador no nacido dentro de las fronteras norteamericanas hasta ese momento, abrió por primera vez las puertas de la gloria a un golfista europeo en 1980. Cómo no, las abrió para Seve. Veintitrés birdies y un eagle permitieron que, a falta de nueve hoyos para enfundarse la chaqueta verde, su ventaja sobre el segundo clasificado fuese de diez golpes.
Ese día a la misma hora que embocaba el 18, recibió uno de los reconocimientos que más ilusión le han hecho en el marco de su sensacional carrera deportiva: las campanas de su pueblo repicaron en honor al campeón.
Poco más tarde, en 1983, llegó su segundo Masters de Augusta, y un año después, su segundo Open Británico antes de que en 1988 sumase a su histórico palmarés su tercer triunfo en el Abierto Británico. Ya por entonces, Severiano había rendido a sus pies al mundo del golf de todo el mundo.
La Ryder Cup, un capítulo de oro aparte
Y si convenimos, porque es de justicia, que jugadores tan singulares como Seve constituyen una rareza de las que todo aficionado debe disfrutar, también hay que convenir que ninguna otra competición es tan particular como la Ryder Cup, que debió abrirse para hacer hueco al genio y a sus compañeros continentales.
Inevitablemente, ambos estaban destinados a encontrarse y congeniar, pese a que una de las grandes decepciones deportivas del cántabro fuese su exclusión para el duelo ante Estados Unidos de 1981. Ese sinsabor quedó olvidado con sus tres victorias como jugador (1985, 1987 y 1995), su triunfo como capitán (1997) y con muchos grandes momentos en forma de putts decisivos, play offs dramáticos, celebraciones y llantos.
El punto álgido de la historia de amor entre Seve y la Ryder se produjo en la citada edición de 1997, que se disputó por primera vez en España en respuesta a su constancia por acercar a los españoles el mejor golf del mundo, un hito histórico que nuestro deporte le debe reconocer siempre como merece.
Mucho más que un jugador
La leyenda de Severiano Ballesteros se vio forjada, gracias a su talento y esfuerzo, por decenas de victorias, por 61 semanas como número uno mundial, por innumerables galardones en todos los puntos del planeta golfístico, por tantas y tantas cuestiones que han convertido su trayectoria deportiva en un ejemplo a seguir, salpicada de connotaciones históricas que permanecerán en los anales del golf para siempre.
Sin embargo, su figura se engrandece por encima de todos sus títulos individuales cuando se revisa todo su trabajo en favor del golf en nuestro país. Suyo es parte del mérito de que a día de hoy España cuente con más de 300.000 federados y que se pueda practicar en casi 400 campos, un 10% de ellos públicos.
No en vano, su labor en pos de la popularización del golf no se circunscribe únicamente al territorio español, sino que abarca mucho más. Su negativa a disputar al completo el Circuito Americano y su insistencia en compaginar torneos a ambos lados del Atlántico, relanzaron en su día el Circuito Europeo en una etapa en la que éste atravesaba por dificultades superadas en su momento gracias, en gran parte, al ahínco de Severiano Ballesteros por fortalecer este Circuito, lo que ha provocado que en todos estos años cientos de jugadores se hayan beneficiado de premios mucho más jugosos.
Si bien es cierto que en los últimos años sus éxitos deportivos se habían reducido considerablemente por sus crecientes problemas en la espalda, su figura se había redimensionado a nivel popular. La propia Real Federación Española de Golf le rindió un caluroso homenaje en 1999 con la presencia de la parte más granada de sus compañeros de viaje en estos 30 años de carrera.
Ese homenaje, al igual que todos los que reciba de ahora en adelante, sólo pueden servir para saldar una mínima parte de la deuda que el golf ha contraído con el genio de Pedreña. Con la leyenda de Severiano Ballesteros.